Las normas de convivencia en el interior de una familia incestuosa son bien distintas a las establecidas en el resto de cualquier otra familia.
Son normas bastantes fáciles de llevar a cabo siempre que sea la madre quien se encargue de la educación de esos menores. Es tan simple como aterrorizarlos, ya desde antes incluso de que empiecen a reconocer figuras u objetos en movimiento. En ésta etapa es tan simple, como no prestarle atención al bebé, cuando demanda atención a través del llanto, o incluso negarle el alimento cuando más lo necesita; para ofrecérselo más tarde, en un estado de estrés tan elevado que ya no sabrá si tiene más sueño que hambre.
Ésta falta de atención tan simple que podría llegar a confundirse con maltrato físico y emocional, no deja ningún tipo de marca en el cuerpo, por tanto se puede practicar tanto tiempo como a la madre le apetezca.
Cuando ese bebé va creciendo y ya camina, tampoco es nada difícil pedirle que te acompañe a dar un paseo y obligarle a contemplar cómo coloca una cuerda en la base horizontal del tronco de un árbol, no demasiado grande y luego coge a la mascota de la familia, una perrita llamada Diana, y la ahorca; y ni el niño ni el acompañante se van del lugar, hasta que termina de agitarse e intentar zafarse; luego ya de regreso a casa, le advierten a ese niño que no vaya a decir nada de eso, es que la perrita estaba enferma y eso era mejor para ella. Éste acto tampoco deja marcas en ninguna zona del cuerpo. Quizás como mucho algún mensaje se quede impreso en su memoria, pero poco más.
Tiempo después un buen días dos grandes manos rodean el cuello de ese niño de forma que los pulgares quedan presionando el hueco exacto donde se unen las clavículas, si se aprieta con la suficiente fuerza y al mismo tiempo delicadeza, la tráquea crujirá ligeramente y poco a poco dejará de entrar oxigeno. Tampoco esto deja ningún tipo de marcar física, ni siquiera la piel cambiará de color, porque esa zona concreta del cuerpo es muy flexible y permite llegar a someter a un niño a una asfixia casi paralizante, sin dejarle huellas de ningún tipo.
Tampoco aparecen mancas en el cuerpo cuando esa madre decide que para que su hija vaya recibiendo una correcta educación, es bueno que algunas noches de las más frías del invierno, las pase encerrada en una oscura habitación con una puerta de hierro que a parte de un gran cerrojo lo único que tiene son unas aberturas en la parte superior para que pueda entrar la plena frialdad de la noche; da igual que llore, grite o patalee porque esa habitación está alejada del resto de la zona central de la casa.
Arrancarle algún que otro diente de leche con unos alicates oxidados antes de que el diente comience a sentir que debe darle paso al diente definitivo, tampoco deja marcas desagradables que no sean normales y naturales en un niño que comienza a mudar los dientes de leche.
Y luego una gran parte de la sociedad se plantea e incluso se cuestiona, porque esas personas que afirman haber sufrido abusos sexuales, no lo han dicho antes, porque se esperan a ser mayores…
Y que puede decir esa misma sociedad, cuando ella misma se ve conmocionada al ver en las noticias del medio día, que un hijo ha cometido un espantoso parricidio. –Nadie se pregunta, cuál podría ser una de las muchas causas que ha llevado a ese hijo a tomar tal decisión. Incluso podría llegar a ser un acto de justicia, del que nadie nunca podría llegar a comprender su envergadura. Eso sí lo ve la sociedad. El acto final es lo único que ve, pero no ve ninguna de las otras escenas que precede al cierre del telón.