Adormecer el sufrimiento en su máxima extensión, no es más que ser capaz de soportar en estado puro, cualquier tipo de dolor; la propia agonía del sufrimiento, es la única capaz de aletargar tus sentidos, arrastrándolos, sumergiéndolos despacio, lenta y pausadamente, en su profundo mundo, en el que va deshaciéndote, fragmentándote en el tiempo, separando cuerpo y alma, aislando cada una de ésas partes; para ser guardadas en pequeños compartimentos, sin acceso entre sí, ni comunicación alguna entre ellos.
Completada ésta subdivisión interna, el sufrimiento que provoca el dolor, te libera, permite que emerjas a la superficie, los espacios que hayan quedado sin contenido, se irán rellenando a lo largo del ascenso, posiblemente de olvido, confusión, miedo, inseguridad, incertidumbre; aunque el dolor en sí, habrá desaparecido, y con él, toda agonía.
Lo que hayas permitido que se quede en el abismo de esas profundidades, nunca más volverás a sentirlo con la misma fuerza, si por error se fragmentó algo no deseado, quedando una parte atrapada en el abismo y la otra fuera de él, igualmente nunca se podrán reencontrar.
Cuando el dolor vuelva para atenazarte, no te encontrará, solo será un reflejo de lo que desearía ser.
Ahora sabes que le falta poder, pues, para causar el máximo daño posible, tiene que formar parte de un todo; para infringir dolor necesita aliados, aliados que no tiene ni tendrá ya, aunque tú pierdas una parte de ti misma…siempre será mejor una leve ausencia del sentir, a la agonía del sufrimiento eterno.