El péndulo sobrevive en el espacio de sus propios movimientos, gracias a la suspensión que le ofrece Ella,  un hilo incapaz de extenderse hacia los demás, sin alma ni sentimientos, sin remordimiento ni arrepentimiento.  Lo único que le importa es, mantener su trayectoria durante dos años, que es el tiempo necesario para que un nuevo objeto, con el que dar rienda suelta a sus repulsivos instintos y a sus nauseabundas  necesidades, llegue a transformarse en un pequeño ser humano para el resto del mundo.  Mientras lo sostienen entre sus garras, ambos se lamentan al descubrir el sexo, pues esta vez les ha tocado un niño; en un principio desde luego no les hizo ninguna ilusión, sería más adelante, con el paso de los años, cuando se plantearían lo interesante que podría ser tener un hijo varón. El que fuera un niño solo implicó que todas sus atenciones continuaran hacia su primera hija, con más dedicación si cabe, pues era la primogénita, su preferida. Con gran imaginación ampliaron sus cuidados maternales y paternales siempre incestuosos y pedófilos.

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