Desmembrar el cuerpo de una persona y conseguir que sigua viviendo, no es tan difícil como podría parecer en un primer momento. Tampoco se trata de un acto aberrante para quien lo comete, pues debe contar con unas cualidades muy concretas y específicas, a la hora de dominar con habilidad y suma delicadeza, una serie de técnicas tanto manuales como psicológicas de sí misma y por supuesto, de su hija, que es la persona que ha elegido para someter a su suprema autoridad, de modo que obtenga unos resultados óptimos, como madre de esa hija.
Lamentablemente cualquier madre, no sería capaz de deleitarse con actos de ése nivel. Si se comparará a algunas de esas madres con ella por un solo segundo, podrían llegar a parecer débiles de espíritu, insignificantes e insulsas, carentes de la fortaleza, necesaria para sacar adelante una familia. En fin, las comparaciones nunca son buenas y en este caso es lo menos adecuado.
Una madre que se centre en ofrecerle a su hija este tipo de cuidados, como es el desmembramiento completo de su cuerpo. Debe de haber experimentado y practicado previamente con animales vivos. De esta forma podrá cerciorarse de que su método es eficaz y sobre todo, le permite que su hija continúe viva, sin que se aprecien grandes cambios externos, en su persona a simple vista. – El trabajo, desde luego es delicado y requiere de técnica.
Su técnica consistía en someter en un primer momento a todas las pequeñas articulaciones del cuerpo a un dolor insoportable. Se encargaba ella misma, de sumergirte las manos en el interior de un cubo de agua prácticamente helada, hasta que el frío las entumecía tanto que luego ella simplemente con retorcerte los dedos con fuerza, podías escuchar como crujían pero sin sentir el dolor que producían esas pequeñas fracturas.
Cuando se estaban curando, comenzaba con las grandes articulaciones, manteniéndote durante horas en determinadas posturas, hasta que la zona se quedaba adormecida. Entonces la estiraba tanto que los ligamentos casi querían romperse, cuando el dolor era ya insoportable soltaba rápidamente la parte del cuerpo que estaba manipulando y te obligaba a incorporarte y moverte como pudieras. Así un día tras otro, hasta que terminaba con todo el cuerpo.
Que pudieras moverte mejor o peor solo dependía del tiempo que transcurría entre una articulación y la siguiente. De lo que ella quisiera permitirte, de cuanto necesitara tu cuerpo para sus invitados. De no arriesgarse a que te negaras a sus peticiones. Pues no podrías moverte por voluntad propia, la necesitarías a ella para hacerlo.
Esa eres tú mama, una maldita zorra de mierda. Y que conste que aquí faltan muchos detalles con los que no me apetece continuar en éste momento, pero si te apetece, te los cuento cara a cara cuando decidas venir a buscarme. Aunque lo mismo me da, puedo retomar aquí la charla cualquier otro día que tenga gana.
Te voy a dar una recomendación, que irónicamente es la misma que me diste tú a mi, hace unos años. Y es que la historia no para de repetirse. -¿Te acuerdas cuando te pregunte qué estabas haciendo tú por mi hermana? -La respuesta que me distes mientras lloriqueabas fue: yo voy los domingos a misa y rezo por ella. Fue lo mejor que se te ocurrió en aquel momento, ya que jamás se te había ocurrido ir a verla a ella en persona, y preguntarle como se encontraba. Pues bien, ahora yo te digo. Aplícate el cuento y reza porque yo me muera pronto.