La oscuridad se está instalando con calma en la habitación, pronto dejara de existir la distancia que te indica con seguridad donde se encuentran las paredes  y en qué lugar exacto está la puerta. Cuando termine de adueñarse de todo el espacio allí presente, le seguirá con total indiferencia pero con suma tranquilidad, una percepción que se hará totalmente real en el mismo momento en que puedas sentir toda su frialdad, primero sobre tu triste vestido y después alrededor de toda tu piel a punto de languidecer, por lo que sabe que está a punto de ocurrir, el bocado feroz del frío más desgarrador. El frío que puede llegar a provocar un ser humano a otro. El miedo. –Así comienza a transcurrir el tiempo, hasta que llega un momento en que se detiene, se paraliza, se repliega sobre sí mismo sin llegar a retroceder, se esconde de la oscuridad que lo amenaza con tragárselo. Y sin esperarlo entra en escena otro fenómeno, el dueño de la noche, a eso aspira convertirse cuando ya está presente en estado de somnolencia, peleando por aniquilar todo rastro de conciencia, hasta que consigue a traición atrapar algo de tiempo en su oscuro interior.

De nuevo todo queda inminentemente interrumpido. La presencia de una voz que no reconoces, te rescata de las profundidades a las que pretendía arrástrate el sueño. –No deja de repetir la misma palabra. Despiértate, despiértate, no te puedes dormir…y posando sus dos manos sobre tú cuerpo te zarandea para que despiertes. –Sales del sueño como si este te escupiera hacia el exterior, como si ya no te quisiera allí con él, te empuja hacia fuera mientras te roba todo el oxigeno de los pulmones.

Otra vez estas de vuelta en la misma habitación, ahora ya no puedes ni siquiera intuir a qué distancia están las paredes, ni donde podría estar la puerta. La oscuridad lo ha devorado todo, ahora te está mirando a ti… alguien más ahí allí. Lo sabes porque lo puedes sentir.

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