¿Quiénes son capaces de discernir entre?: el bien y el mal, entre lo correcto y lo incorrecto, entre lo adecuado e inadecuado, entre la moral y la ausencia de principios, entre la pulcritud y la suciedad de su propia conciencia.

Todo discernimiento necesita de una fuerte corriente del intelecto, un discurrir de amplios conocimientos y selectos posicionamientos,  desde los que partir. Serán entonces tus propios actos los que te guíen para saber: Qué cuando tu conciencia no está tranquila es porque no has actuado según principios morales básicos en la naturaleza humana, cuando eres consciente de que podrías haberlo hecho bien, es porque sabes que lo has hecho mal; cuando te encuentras ante la tesitura de inclinarte hacia una posición incorrecta, es porque conoces la posibilidad de que exista otra posición. La correcta, y si continuas discerniendo y eres capaz de llegar a plantearte, que los demás pueden ver la suciedad que te envuelve, es porque eres consciente de que debes respetar la pulcritud de tus actos.

Por tanto, quienes actúan bajo el amparo de la negligencia, desconocen que otros puedan sentir preocupación por sus actos, los que se bañan en aguas calcificadas por sus propias mentiras, desconocen la existencia de manantiales de aguas puras, quienes tienen conciencia no reconocen a aquellos que no la tienen. Como consecuencia, nunca podrán discernir correctamente, porque miran desde la posición de su interior.

Si no eres capaz de colocarte en el lugar del otro, nunca serás capaz de discernir sobre la intención de sus actos, y ésto se convertirán en reflejos de los tuyos propios.

El ser humano está preparado para evolucionar, pero también es capaz de involucionar y es en esa gran masa, donde se dan cita los involucioandos de la sociedad,con el único objetivo de retroalimentarse. Ninguna de las personas que pertenezcan a ese grupo, serán capaces de discernir.

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