En sus mejores tiempos esa habitación fue un pajar, un lugar formado por cuatro profundas, desconcertantes y oscuras paredes; a cuyo interior sólo se podía acceder a través de una minúscula puerta de madera, ubicada en su exterior. Mientras el destino de ese reducido pero grandioso habitáculo fue resguardar y proteger el centeno, esa diminuta puerta de madera fue su única guardiana, tan sencilla y simple que no merecía ser asegurada a través de ningún medio, más que su propio cerrojo de la misma materia prima que ella. Madera.
Con el transcurrir del tiempo esa habitación reclamó para sí misma otras utilidades, o fueron sus dueños quiénes consideraron que podría ser más útil para encerrar a su propia hija allí en lugar del centeno. Con estas perspectivas en mente fue Ella la que instaló un sistema de seguridad más apropiado a las nuevas necesidades de la habitación. La puerta había que sustituirla por una de acero, el nuevo cerrojo debía de ser también del mismo material y su diseño debía contar con una pequeña argolla donde encajar un gran candado. Una vez realizadas estas simples modificaciones, todo estaba previsto para recibir a la nueva invitada, la habitación estaba impaciente por conocerla.
Igual que el relente de la noche era mejor para manipular la paja, pues evitaba que ese fino polvo que siempre la acompaña, se depositara entre las fosas nasales y el resto de la piel. Para encerrar a su propia hija allí, también era mejor la oscuridad y el silencio de la noche.
Una vez en el interior tú cuerpo perdía toda su forma, de él sólo quedaba disponible las yemas de los dedos. Allí sólo estabas tú y cuatro paredes de piedra, pobladas todas ellas de unas cortantes rugosidades que al tocarlas suavemente te iban desollando en riguroso orden, primero las extremidades de los dedos, después los dedos en toda su longitud y finalmente eran las palmas de las manos las que comenzaban a sangrar desesperadamente, como si de un llanto incontrolado se tratara. Podías sentir como se humedecían de un espeso líquido caliente, al unísono los dedos de los pies crujían constantemente al chocar con las protuberancias del suelo, comenzando ellos mismos por su parte, otra manera de explorar aquel lugar tan inhóspito, para terminar tan ensangrentados como las únicas manos que podrían haberlos aliviado de su atroz sufrimiento. Por más vueltas que dieras no existía ninguna salida a tú altura…
Ellos si podían acceder a la habitación. Lo hacían colocando una escalera de madera desde el exterior de unos cuatro peldaños, que retiraban cuando se marchaban. Desde el exterior la puerta está a la misma altura que la calle. Con el paso del tiempo esa habitación fue comunicada con la propia vivienda, era mucho más cómodo para ellos sobre todo para Ella.
Aún conserva Ella esa habitación con su entrada original. Forma parte de sus recuerdos, esos que esperaba que serían únicamente de su propiedad.
Espero que en estos días nadie vaya a tapar la verdad de su existencia, sería muy triste que la puerta con su candado desapareciera como por arte de magia. Muy triste…