Hoy es uno de ésos días que tanto le gustan a mi madre, uno de ésos días en los que Ella, ya desde el amanecer, se siente elegantemente triunfante, pero sobre todo, lo que embadurna su alrededor, es la serenidad y la meticulosidad de su propio aliento. La puedes observar, verla como se afana y sobre todo, como se abstrae de sus obligaciones maternales, esas que nunca supo que eran propias de la moral humana de una madre. Una madre que ejerció un papel distorsionado, petulante y ridículo en los campos de la maternidad, pues con el tiempo se convirtió en el retrato huidizo, de una madre colmada de inmundicias, podredumbre y desechos de deseos enfermizos, pero prolijos y en auge, debido a la demanda carente de sentimientos de aquel momento.
Reconoces esos días, porque siempre van precedidos de un acto puramente antimaternal, y sobre todo de un grito interior desgarrador, que ya te advierte que no debes manifestar ninguna queja, por insignificante que pueda parecerte, y sobre todo, lo que no debes ni puedes hacer, es levantar la mirada del suelo sepulcral que pisas.
Estos días, son días en los que Ella es quien te recoge el cabello, Ella elige el peinado que tú llevarás, y Ella misma es quien te lo hace, exactamente como Ella sabe que otros desean. Cuando termina con las funciones propias de una madre como Ella, te coge fuertemente del brazo, al tiempo que te susurra al oído: ya sabes lo que tienes que hacer…