En cualquier batalla campal, mientras sucede la lucha cuerpo a cuerpo, el tiempo se detiene en el retroceso de cada paso, un trémulo giro mortal, que transforma el tiempo en algo efímero y fugaz, anestesiando el dolor, de la brecha recién abierta en tú cuerpo, los embates certeros de tus contrincantes, producen el derramamiento de la sangre que no te pertenece. En ése momento exacto, el tiempo se relativiza, deja de existir, se separa del espacio que lo rodea, se aleja y desaparece en el exilio de la memoria.
La sangre no encontrará ningún origen, la herida nunca se cerrará, olvidará que existe, aunque recordará eternamente los impulsos de su palpitar, al ir derramándose lenta y dolorosamente, como fuego ardiente, que destruye todo rastro de vida a su paso.