De todos tus hijos, de esos cuatro hijos que aún tienes, quieras tú más a unos de ellos que a otros y teniendo en cuenta, que he sido siempre tu preferida. –Aunque eso no lo digo yo, lo has dicho siempre tú, con la boca bien grande. – Pues la verdad es que tiene cierta ironía, que sea yo la que más aborrecimiento ha sentido siempre hacia ti, y hacia todo lo que ha rodeado tu nauseabunda persona.  –Y eso, eso, sí lo digo yo.

Ante esta innegable realidad, no nos queda otra que reconocer quienes somos cada uno de nosotros y en qué lugar estamos posicionados a día de hoy. Está bien claro que tú estás aún vivita y coleante, paseándote con ese postizo de tu novio por las calles de Huétor-Tájar. Y tu insignificante y odiosa descendencia, continúa esparcida o, mejor dicho, atrapada entre las líneas de cuatro miserables tomos, encerrados bajo llave en la sala del  Registro Civil de Loja, sin moverse del sitio en el que un día fueron inscritos.  Aún perdura en cada una de las letras que intentan darle algo de identidad a esa prole tuya, la fuerza que alguien uso para marcar en cuatro ocasiones, cuatro hojas diferentes  con cada uno de sus nombres. Los que tú o, vosotros elegisteis o, quizás ni eso. -Quizás fueron los nombres que se te fueron ocurriendo, sin más interés que el simple trámite burocrático que requiere poner nombre a las cosas u objetos perecederos. –Los nombres de tus hijos no pueden significan nada para ti, puesto que ellos en tu vida simplemente han sido un complemento más.   

La triste verdad para ti, es que ninguno de ellos ha pasado aún al otro lado, al lado oscuro… al que lleva por nombre el titulillo de “defunción “

Así que viendo lo visto, tendremos que seguir apechugando con lo que la vida nos tenga guardado a cada uno de nosotros, es decir. Tendremos que afrontar nuestro destino, ese que ya está escrito para uno y ese otro que se está escribiendo.  

-Creo que no tengo que decirte y mucho menos recordarte, ya que  me consta que lo sabes; que de todos tus hijos, yo soy la única que nunca ha manifestado ningún tipo de apego hacia la vida. Como siempre, tú te has interpuesto en ese camino y aquí tienes ahora el resultado –Querida zorra, a mí me importa bien poco “el qué dirán” y mucho menos el impacto que pueda tener en ti esta inmundicia de historia, que tú misma has creado y mantenido en el tiempo, y ya apurando mucho el nivel de preocupación mía. Me trae sin cuidado lo que digan y sientan ese otro grupo, que siempre se han posicionado en la retaguardia de la minoría, en capacidad de razonamiento y discernimiento. Tus hijos sí, concretamente esos dos que aún te defienden por encima de su propio honor. –Qué poder tiene sobre ellos esa imperiosa necesidad, de sentirse amados y queridos.  -Qué obsesión tan enfermiza han tenido siempre con tener una familia propia, una familia suya. Y fíjate que todos, mejor o peor, han creado una familia, claro que son tan ingenuos e ilusos  que no se les ha ocurrido plantearse que pueda tener fecha de caducidad, eso que tanto han deseado.  –Porque en lo tocante a nuestra familia de origen, todo tiene un elevado precio que hay que pagar. Tener una familia propia, viniendo de la cuna de una familia incestuosa, es para pensárselo dos veces como poco, y sobre todo lo que se debe de tener bien claro, es todo lo que estás dispuesto a sacrificar, como símbolo de esa recompensa, que no es ni más ni menos que: tu propia familia.

-Mira por donde yo estoy libre de ese tipo de carga, por llamarlo de alguna manera, y es que a mí nunca me hizo ilusión tener una familia, en su lugar, yo he preferido consagrarme a ti, como tú querías, pero no como esperabas.

–Supongo que recuerdas querida zorra, que con menos de 12 años ya tomé la firme decisión de que nunca formaría una familia. Sé que lo sabes, porque te lo he repetido muchas veces a lo largo de muchos años, bajo diferentes circunstancias.  Por aquel tiempo ya tenía claro que no deseaba que nada de ti contaminara algo mío. Solo así, algún día podría destruirte como lo que verdaderamente eres y significas en mi vida. Una madre pedófila que se divertía con su hija entre sus invitados.

-Quiero aprovechar para confesarte, que sé, quiénes son todas esas personas que iban cada noche a tu casa, en busca de algo que tú tenías. –Yo.

Quiero que sepas que sé como se llaman, dónde viven y quiénes son sus hijos, porque todos ellos al igual que tú, tenían hijos. Y sabes otra cosa. Me voy a encargar de que se sepa quiénes son cada una de esas personas.  Por lo pronto puedes ir recibiéndolos en tu casa, como hacías en otro tiempo, porque estoy bien segura que más de uno va a ir a pedirte explicaciones.    

Te va a encantar descubrir como he conseguido dar con cada uno de ellos, y es que tenéis demasiadas cosas en común que os delatan. –Por supuesto que han ayudado mucho los recuerdos que no fuiste capaz de aniquilar con toda tu artillería.  

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