Se podría hacer una sencilla pero cruenta lista de utensilios, que no solo se usaban por aquella época en los festivales que para mi familia simbolizaban y significaban las matanzas. Masacres tan reales que los cerdos podían experimentar cómo en cuestión de minutos, la vida les abandonaba, extinguiéndose repentinamente todo lo que hasta ese momento existía para ellos; la mujer que los había alimentado desde sus primeros meses de vida, era ahora la que empuñaba un gran cuchillo ante unos ojos vidriosos ya, por lo que cualquier intuición animal sabe que va a suceder porque puede sentirlo en el ambiente, en el olor que desprende Ella al acercarse, el pánico que produce el miedo ya está presente en su entorno inmediato, tiene aspecto de nebulosa envolvente que se va apoderando de un cuerpo sudoroso pero ya frío, preludio de una muerte inminente. Cada año, nuevos cerdos suplantaban a los aniquilados durante la estación invernal. Cerditos nuevos llegaban al corral contentos y felices, sin saber cuál sería su destino, en ésa casa todos tenían escrito ya su destino…
– ¿Cómo podrían imaginar que aquella que los cuidaba, sería la misma que les arrebataría lo más valioso para ellos? Su vida.
Éste tipo de matanzas son ahora ya más sofisticadas, pero hace unos 30 años en mi casa existían una serie de objetos que Ella reservaba para la más estricta de sus intimidades, Ella una mujer de poderosos recursos que ha sabido siempre y en cada momento como llevar a cabo sus deseos mas repulsivos. Repugnantes solo para quienes puedan leer esto, porque sus órdenes Ella las dictaba como un auténtico canon, nunca jamás bajo preceptos premonitorios, pues, para Ella la repulsión no existe.
Por tanto ante los dictados de Ella era de esperar que nunca nadie conociera quién era la mujer que cada año se encargaba de dar muerte certera a aquellos cerdos. Bajo sus férreas ordenes todo suceso transcendental en aquella casa debía permanecer sumergido en el eterno silencio intrafamiliar. Jamás nadie hablaría de ellos, porque no existía permiso por su parte, pues Ella era y es la que siempre establecía y sigue poniendo las normas del juego. Porque para Ella se trataba simplemente de eso. De un juego. -¿Por qué hablar de un juego, aunque éste sea terrorífico? No hay motivo para narrar o poner a estudio los juegos que en aquella época llevaba a cabo mí madre con nosotros, con los cerdos… con sus hijos.
La crueldad nunca tuvo límites para Ella. Invierno tras invierno el uso y el manejo de útiles como : Alfacas, hachas, calderas de diferentes tamaños, bancos de madera y también de acero, sogas de esparto, poleas, plásticos para extender en el suelo, y el que más juego le daba y uno de los que más le gusto durante un tiempo. El Camal.
Con sus cerdos el camal era usado para colgarlos de las patas traseras. Se sujetaban las patas con sogas de esparto estando el cerdo ya sin vida sobre un extenso plástico, luego con ayuda de una polea era izado hasta una altura adecuada.
Ese camal de madera que Ella guardaba con tanto celo al terminar sus matanzas, lo usaba también para colgar a su hija menor en el, en éste caso a su hija la colgaba por las muñecas, mientras me obligaba a mirarla en esa posición indefensa…