Ella se ve como una madre que nunca fue recompensada por sus esfuerzos. Puedo decirlo yo desde mi  atalaya, desde donde puedo apreciar con cierto lujo su ausencia el no tener que escuchar ni oír su repugnante voz en mi mente, es un verdadero placer que va aumentando al sentir que su efecto en mí va cediendo. Cierto es que lo hace contra su voluntad y que Ella se niega a irse de mi vida. Porqué será que me tiente tanto aprecio, aunque en este momento se esté retorciendo por lo mucho que llegó a quererme un día.

Pues desde mi nueva morada de vigilancia puedo rememorarla a toda  Ella en su esplendor, como olas que rompen en un frío acantilado, llegan recuerdos de sus constantes quejas manifestadas siempre hacia todos sus hijos. Unos hijos que aquí y ahora ya poco importan, y por tanto, mejor centrarnos en la susodicha, en la dueña y señora de esas voces, que soy yo. Porque  no sea que las voces de ellos se levanten en su defensa, desde el anonimato y quieran emprender una nueva lucha sin sentido. Aquí ellos son meros invitados, o quizás algo menos, mejor relegarlos a simples objetos inanimados necesarios para que las escenas tomen forma y sentido.

Ellos no existen aquí simplemente, porque parece que ya se hayan olvidado de cómo se quejaba su madre constantemente de todos sus hijos. Siempre daba la impresión de que Ella no estaba contenta al cien por cien con ninguno de ellos.

De su hija mayor siempre dijo y lo continúa afirmando, que no la quería. No puedo recordar cuantas veces se dirigía hacia mí persona para narrarme una breve pero intensa historia de las suyas, siempre la comenzaba igual. Dejando caer sobre ti una gran carga de culpa, cuando comenzaba su discurso diciendo: «con todo lo que yo he hecho por tí, por las muchas veces que te he llevado al hospital, cada vez que te tomabas unas cuantas cajas de pastillas, porque te he criado…»pero a la buena mujer se le olvidó contarme en esa escueta historia, la causa de porqué yo necesitaba morirme. Eso lo obviaba, posiblemente no lo consideraba importante, además era una buena forma de hacer que me sintiera culpable. Siempre me he sentido culpable, aunque nunca he sabido de qué.

Estas afirmaciones y otras muchas de sus mentiras, están recogidas en una grabación, que verá la luz en el momento oportuno y adecuado.Será una muestra de cuánto puedo llegar a quererla, una humilde ofrenda de su hija, esa a la que Ella llama cariñosamente «loca mentirosa» . A mi querida madre termine no gustándole cuando me convertí en un ser hermético e inaccesible y como autodefensa prefirió invertir el orden. Era yo la que no la quería suficientemente a Ella.

De su otro descendiente directo curiosamente, también se quejaba de que prefería más a su familia política y que parecía que con esa familia se sentía más cómodo que con la suya propia.

Continuando con su estirpe, misteriosamente las quejas eran parecidas. De ella decía con relativa frecuencia, que prefería vivir con la familia de su pareja, cuidarlos y acompañarlos incluso al hospital si era necesario.

Y finalmente, de su última hija lo que más le molestaba es que nunca se callaba. Además ésta prefería vivir en la casa de cualquier amigo antes que en la suya propia y a la menor oportunidad se largaba.

Estas eran algunas de sus principales quejas hacia sus hijos tras recibir el diagnóstico del síndrome del nido vacío de una psicologucha de tres cuartos… Siempre sobreactuando. Aunque un animal de éste tipo ni siquiera sabe lo que es eso.

Aún así, bien pronto rellenó el nido con un novio amable, comprensivo, servicial y fácil de manejar y manipular.

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