El dolor es tan fuerte que consigue devorar lo que queda de la noche, solo por el placer de despertar a todo tú cuerpo, únicamente él posee un nivel de intensidad tan feroz, capaz de doblegar la mente, algo desorientada aún, por los efectos tardíos de un insomnio diluido como eflujo venenoso entre un sueño reciente, inducido a través de cualquier medio con propiedades suficientes para conseguir que el espíritu pueda traspasar la puertas de la oscura noche.
Ahora el organismo ha despertado, y arrastra consigo su propia alma de entre las mortuorias tinieblas, con tanta fuerza que la mente se convierte en una centrifuga de pensamientos, imágenes, ideas, recuerdos, retazos de otros sueños, incluso palabras, una simple palabra es la que queda, cuando dejas de sentir la fuerza que las impulsa, cuando ya no necesitas huir de esa vorágine, centralizada entre la oscuridad de lo incomprensible.
Las imágenes pertenecen a personajes de una actual realidad, que han retrocedido tanto en el tiempo, que ahora recrean unos mínimos detalles sobre el fragmento real de una vida pasada; y lo único que a ese extraño sueño le puede conferir peso de realidad vivida, es la unión que en él se produce entre una simple palabra y el recuerdo que has guardado siempre en tu mente despierta sobre esa palabra, en ese punto exacto confluye lo onírico con la verdad.