La lucha de uno puede ser la guerra de otro,  la supervivencia de ambos, es la muerte real de uno solo y la victoria salvaje del otro.

Se contempla así, desde una distancia cercana y lejana al mismo tiempo, como la fuerza que encierran los detalles más significativos, destruyen su aparente realidad, la veracidad de toda una composición artística, la simetría y la desigualdad de ambas fuerzas se intuyen, pero no se ven, se sienten pero no se perciben; incluso se desdibujan y se empequeñecen si te acercas, y se fortalecen y  engrandecen si te alejas.

El campo de batalla cambia de lugar y posición, dependiendo desde que lugar se le mire, pues aquellos que observan, son los mismos que transfiguran tanto al adversario como a su oponente, de modo que esas miradas, son ahora  aquellas que configuran una nueva realidad, susceptible o no de encajar en un nuevo escenario, aquel creado desde la observación simple e indirecta, carente de experiencia, de argumentos significativos que ofrezcan una certeza rotunda, de que cada detalle ha sido sometido a una rigurosa comprobación, que demuestre su autenticidad.

Sin ésta lucha por la verdad, el salvajismo siempre quedará en mejor posición y una vez posicionado en el lugar esperado, su actitud será de poder  y dominación.

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