Un graznido lejano que se va convirtiendo en fino silbido, hipnotizador, de unas miradas que se alzan al horizonte… y allí está ella, planeando majestuosamente, círculos amplios que terminan en suave, pero certero descenso; mientras tanto un canto melódico, acompasado, sincronizado, al silencio de las miradas, viaja entre cálidas corrientes de aire; es el éxtasis supremo de unas ranas, que desean ocupar su propio lugar, en ese concierto musical, donde el verdadero orden, queda establecido por la rotunda autoridad del viento, que se cuela sin esfuerzo, entre un bosque poblado de esbeltos troncos, matizados de infinitos verdes, degradados hasta fundirse con el cielo azul, entre la luz de su vida; un viento que ensarta a su paso, todos los aromas de la superficie, y los eleva en piruetas acrobáticas hasta las copas de los árboles, fundiéndolos con el canto alegre, del despertar a un nuevo día.
Infinitos juegos de corrientes, se despliegan entre un inmenso paisaje arbóreo, para desplomarse en caída libre hacia la superficie terrestre, sin llegar a rozarla siquiera, ladeandose y desplazándose en todas las formas posibles, que le permite su audible, invisibilidad, vertiginosos circuitos gaseosos, volubles y cambiantes que se van expandiendo, bajo el implacable influjo de presiones, de temperamentales movimientos.
El viento existe aunque por sí mismo no pueda expresarse, necesita de toda una fauna, una corteza terrestre a la que envolverse, para poder vivir en una atmósfera equilibrada; necesita de otras muchas materias, a todas y a cada una de ellas las necesita, para poder existir, para poder ser visto, percibido, sentido, escuchado…y consolado, cuando las palabras no existen en este universo, sus lamentos sólo encuentran consuelo entre las altas montañas, capaces de cambiar su fisonomía, por albergar su atormentado dolor.
El viento grita en silencio lamentos desconsolados, que pueden sentirse si cierras los ojos, al tiempo que liberas al resto de los sentidos…