Todo cubículo por siniestro que sea, tiene una forma propia de acceso; en este caso se trata de una puerta, hecha de tablones de madera, colocados de forma vertical y sujetados por travesaños en la parte interna, de un material totalmente rústico, pulido sólo por el paso de las manos de sus dueños sobre él, una gran cerradura de hierro en la parte derecha, es el lugar concreto, donde encajar igualmente una gran llave, como contrapartida a unas bisagras en igualdad de tamaño y robustez.
La puerta de entrada, queda de esta forma enmarcada en una estrecha pared de argamasa, pintada cada año de cal aérea, tanto la puerta de entrada como una minúscula ventana con rejas, adornan la planta baja de esa fachada; ya que la primera planta, también contaba con una estrecha ventana, con sus correspondientes barrotes, colocada ésta, más hacia la izquierda; fingiendo de esta forma, ser elementos centrados en el aspecto externo de éste habitáculo. La mirada desde la única distancia que te permita la propia casa, te hace darte cuenta que tan sólo es un efecto óptico. El número sesenta sigue siendo la marca propia de esta casa, junto a una argolla de hierro macizo, también en la parte derecha.
Incluso en la descripción de una fachada, la derecha soporta más peso que la izquierda, como si de un cuerpo vivo y agonizante se tratara.
Al traspasar ésta sórdida puerta, una gran oscuridad en cualquier hora del día te anestesiaba, sólo había luz si la puerta permanecía abierta, era así como podías ver, cómo eran los suelos de esa pequeña antesala de la muerte; pequeños cuadraditos divididos en diagonal formaban un triangulo de color verde claro junto a otro invertido de color blanco. Un verde mortecino junto a un sucio blanco, terminaban su existencia encajados entre cuatro gruesas paredes, bañadas de cal blanca, para acentuar sus rugosidades e imperfecciones, a través de la luz que se filtraba por la puerta cuando esta se abría, como las entrañas mismas del infierno.
Si te quedabas paralizada por el miedo que se transpiraba en ese lugar, cuando la puerta quedaba cerrada a tus espaldas, solo quedaba mirar la pared que ahora estaba frente a ti, la imagen que se había grabado en tu retina, daba lugar a la visión propia que te ofrecen las tinieblas, y mientras tu ojo izquierdo veía un pasillo de piedra caliza; tu ojo derecho distinguía un hueco totalmente negro, que daba acceso a través de unas escaleras redondeadas en sus bordes, y pintadas de color rojo a la otra planta de la vivienda. Aquí el destino no te ofrece ninguna opción, da igual el camino que elijas, el final será siempre el mismo. Violaciones perpetradas por tu padre con la ayuda incondicional de tu madre, que ya se encarga de que tú estés preparada para él. Era un trabajo en equipo, de las dos partes, Ella era la que más se beneficiaba, por ser siempre la protagonista principal, la que siempre ponía en marcha un proyecto nuevo. La que dominaba la situación, la que más disfrutaba con el espectáculo.
Siempre le ha gustado y le sigue gustando torturar y hacer sufrir a los demás, en todas las formas posibles que pueda descubrir, a través de tus debilidades, de los miedos que ella misma te ha creado, utiliza toda su maldad sin que los demás se percaten de ella; cumplido su objetivo de destruir, aparece en sociedad como una madre preocupada siempre, por el bienestar de sus hijas. Patrones propios de una psicópata…….
Pues bien, si decidías correr hacia la derecha y subir por las escaleras, terminabas llegando a lo que hoy sería un loft, una gran sala de techos abuhardillados, grandes bigas en líneas paralelas unas a otras se abrían para lanzarse en picado hacia el suelo, si las mirabas desde tu cama, parecía que querían atraparte, las puntillas y los grandes clavos incrustados profundamente en su parte final, parecían dientes preparado a la señal de ataque, para desgarrar todo tu cuerpo.
Las paredes de esta enorme sala estaban en armonía con el resto del lugar, salpicadas de imperfecciones, el suelo embadurnado de ocre rojizo a modo de pintura, presentando hondonadas y pequeños baches en toda su expansión, la luz también era débil aquí, pues una pequeña ventana era lo único que comunicaba con el exterior en la parte frontal de este lugar; un pequeño agujero conocido con el nombre de “gatera”, ofrecía algo de luz a la parte lateral y central de esta gran sala, terminando la parte trasera con otra diminuta ventana, en las mismas condiciones. Un gran espacio de oscuridad, y barrotes de hierro, muy adecuado para satisfacer las necesidades de mis padres, especialmente los deseos enfermizos e incestuosos de mi madre.
Una niña de cuatro años sabe perfectamente, que de allí no puede salir, si grita tampoco la escuchará nadie. Puedes bajar las escaleras y volver al punto de partida, a la antesala de la muerte. Ahora puedes elegir la salida izquierda, a través de una entrada sin puerta, que te permite recorrer un pasillo de piedra, una piedra que desprende humedad y llega a formar un hilito de agua en su centro, por el que discurre tranquilamente, si vas corriendo contra esta pequeña corriente de agua, te encuentras a la derecha una ventana diminuta, con sus correspondientes barrotes, esta ventana que da al exterior del pasillo, corresponde al dormitorio de los dos monstruos sádicos sexuales, que eran mis padres, si continuas caminando por este pasillo, pronto te topas con otra ventana en forma rectangular, ubicada también a la derecha, y esta era la ventana del dormitorio de sus retoños. (Después se describirán estos dormitorios).
Al final de ese pasillo, llegabas a lo que hoy es un patio andaluz, con un ligero toque musulmán por los azulejos usados en su decoración, sin llegar jamás a parecerse al jardín de un paraíso, a pesar de los rayos de sol que se filtraban por el tragaluz, nunca existieron flores allí.
Volviendo al pasado, por aquel entonces ese espacio se encontraba completamente al aire libre, estaba formado por habitaciones sin ningún tipo de estructura, algunas de ellas conocidas como zahúrdas, la primera habitación ubicada a la derecha; todo a la derecha, tenía una gran puerta de madera de color azul mortecino, y del mismo material rustico, maderas robustas sin tratamiento, solo con un cerrojo de hierro en el exterior. Para acceder a ella tenías que bajar al menos dos profundos escalones. Justo al bajar los escalones, había a la derecha, una gran pila de piedra para lavar , aun no existía la lavadora, un grifo la coronaba, en la boca del grifo estaba incrustado un trozo de goma, para que el agua no salpicara hacia el exterior; una forma de dirigirla hacia las profundidades de esa enorme pila, justo enfrente estaba colocada en la pared una espetera, que serbia para colocar las ollas, pintada de color marrón, con puntillas donde se colgaba el menaje de la cocina, embudos ollas, sartenes; al fondo de esta habitación, un gran pollo o lo que hoy sería un encimera, muy alto, donde había un butano de tres hornillas pequeñas, con tapadera, de color verde, que debía estar siempre relucientemente limpio; ni que decir tiene que yo era la encargada, por orden directa de mi querida madre, de mantenerlo relucientemente limpio, si no quería ganarme una buena paliza.
Esa sería la cocina.
Si sales de éste espantoso lugar, te encentras a tu derecha, una pequeña pendiente y otro cubículo siniestro, en sus orígenes fue usado para: La crianza de pollos, conejos, y una cabra fue su última inquilina, al fondo había un pequeño pesebre en forma diagonal aprovechando la unión de dos paredes, y justo en el suelo una argolla de hierro insertada en la pared, para atar a la cabra, también serbia para atarme a mí, como si fuese una cabra, aunque mi destino era siempre peor que el de la cabra.
Finalmente, caminando un poco más hacia delante, al fondo había una cuadra, donde vivía un mulo, con dos pesebres, y desde aquí podías salir a la calle, terminabas saliendo a la parte trasera de la casa, que daba a una extensión de olivares, desde aquí accedías al pajar con el que cuenta todo tipo de viviendas de este tipo y de esta época (año 1974), a él solo podías entrar desde la calle a través de una puerta cuadrada muy pequeña, que servía para lanzar la paja, esta puerta contaba con un cerrojo en la parte externa y un candado. Más tarde se hicieron las reformas pertinentes, para acceder al pajar desde el interior de la casa, a través de unas escaleras, y no tener que salir a la calle, mis padres utilizaban mucho este lugar para violar a sus hijas, por ser la parte más alejada de toda la casa. (Faltan descripciones más detalladas de cada lugar, que se irán realizando más adelante)
Volviendo a la antesala de la muerte, entrando de nuevo a la parte derecha podías elegir subir las escaleras pare llegar al maravilloso loft, o desde ese mismo punto, bajar dos escaleras hacia la izquierda, y acceder al dormitorio principal de esos repugnantes y vomitivos monstruos, que eran mis padres, donde te encontrabas con un armario, una cuna de madera de color azul, una alfombra pequeña de dibujos rojos y flecos blancos, una mesita de noche, la ventana, la cama de matrimonio y otra mesita de noche, y la compañera de la alfombra. A los pies de la cama, el hueco de las escaleras que daban acceso a la planta alta, era otro lugar aterrador; al fondo de esta sala una pequeña cama, de metal azul con el cabecero invertido con respecto a la cama de matrimonio, frente a su cabecero una ventana rectangular y un pequeño aparador, que contenía tres piezas, dos redondas y una alargada, blancas con dibujos rojos y naranjas, obsequio de sus nupcias, muy preciado por Ella, colocada cada pieza sobre un pañito de crochet. Debía tener mucho cuidado al limpiarlas, así me lo indicaba Ella siempre.
Yo que soy la primogénita, fui la primera en ocupar la cuna, evidentemente. Dos años después yo pase a la cama, y el segundo grado en consanguinidad ocupo la cuna, otros dos años más tarde, los dos compartimos la cama mientras la tercera en el grado de consanguinidad llego, como la nueva dueña de la cuna, finalmente dos años más tarde, llegó mi hermana a esa espantosa cuna azul ; antes de su llegada ya me habían trasladado a mí, a una cama solitaria en la gigantesca sala de la planta alta, yo sola dormía allí, aunque a veces su marido subía a visitarme y luego se volvía a dormir con ella. Así pues el segundo y tercer grado dormían juntos, a partir de ese momento, siempre dormirían juntos, y mi hermana y yo también dormiríamos juntas, a lo largo de toda nuestra infancia y adolescencia. Hicieron dos lotes, con sus hijos. De ésta forma era más fácil, manejar la nueva situación.
Las condiciones de habitabilidad de una casa en sus orígenes, no justifican bajo ningún concepto que esas dos repugnantes personas no quisieran a ninguno de sus hijos. Si hubiéramos nacido en un palacio con los mismos padres, habrían hecho lo mismo.
Era mi destino, fueron sus palabras la última vez que hable con Ella, el 11 de julio de 2014. MI DESTINO. Así define Ella 40 años de agonía.