Fue así, durante esos largos periodos de tiempo, que me mantenías encerrada, en ese lugar, en el que mi única compañía era una fría, oscura y maloliente oscuridad. Eso era todo lo que había allí, a parte de mí.  Con el tiempo, aprendí a escuchar mejor. Aprendí el significado de los sonidos que producían las pisadas, que dejaban un rastro de huellas invisibles tras unos pasos pavorosos e inquietantes.

Cada sonido, cada pisada y cada huella se quedaban marcados en el interior de ese espantoso lugar. Llegaron a existir tantos días con sus noches y sus interminables ruidos de pisadas, que aprendí a leerlos, igual que cuando a un niño le enseñan a leer. Primero aprende el sonido de cada letra, después su forma, y finalmente va uniendo los sonidos a esas letras, que terminan formando una palabra, una historia. Un cuento de niños para adultos. Una historia narrada en primera persona, por la oscuridad de aquel lugar, que aprendió a leer y comprender lo que iban a hacer en cada momento los distintos dueños de unos pies sin rostro, que nunca hablaban entre ellos cuando estaban cerca de la oscuridad.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *