Vivir con una pederasta como principal cuidadora de tu familia, es vivir en una realidad sumergida, separada de tu propia identidad, expulsada del interior de un cuerpo que nunca te pertenecerá. Es como si te arrancaran los ojos, con unas tenazas de hierro incandescente. Es vivir, dentro de un cuerpo destrozado y un rostro mutilado, que nunca tendrán nada que decir, mientras viva en la misma realidad que su pederasta.
Vivir con una pederasta, te obliga a trasladarte en el tiempo. Te obliga a abandonar un cuerpo que ya no reconoces, te exige a ti misma, la necesidad de buscar esos ojos sacados, con tanta premura y violencia. Unos ojos que sabes que están perdidos en algún lugar, observando lo que para ellos forma parte de su realidad.
Dos observadores. La consciencia de un cuerpo, que percibe y siente la realidad en la que se encuentra. Y unos ojos perdidos, que a su vez están observando, lo que para ellos es su auténtica realidad. Ambos viven en la misma realidad, sin saber que lo único que los separa, son ellos mismos al observarse, sin ser capaces de reconocerse en el tiempo.
Eso es vivir con una pederasta. Es vivir fragmentada, sin saber quién eres y dónde está la realidad en la que estás viviendo.