Antes eras tú quien me arrancaba la ropa de un tirón. Una escena que siempre se producía en el mismo lugar, aquella habitación tan miserable que por no tener, no tenía ni siquiera una puerta. Como siempre ha ocurrido, todo lo que está a tu alcance se corrompe y termina perdiendo la esencia de su origen, y es que contigo se cumple la teoría de que tanto el pasado, como el presente y el futuro son iguales de reales. A tu lado, todos los momentos coexisten, pues lo que fue un pajar, se transformó en mi vida presente en una sala de tortura, que termino quedándose para el futuro como un almacén de recuerdos vivos.
Nunca supe cómo llegaba hasta aquel lugar, una vez que estaba allí, el tiempo y el espacio desaparecían, simplemente dejaban de existir, como un preludio de lo que estaba a punto de comenzar. Con el tiempo deje de esforzarme, deje de buscar señales en mi cuerpo, deje de rebuscar cualquier percepción o recuerdo en mi mente, deje incluso de respirar, hasta que mi cerebro reclamaba oxigeno desde otro mundo bien lejano a aquel. Simplemente allí estaba yo, vestida unas veces con mi propia ropa o al menos algo que podía reconocer, porque en otras ocasiones llevaba vestidos tuyos o prendas que habías encargado que me hicieran a medida expresamente para mí. La única imagen que recuerdo de esa multitud de sesiones es siempre la misma con diferentes atuendos y diferentes sensaciones corporales. –Yo estoy frente a ti, inmóvil, no puedo hablar ni pensar, tampoco puedo moverme ni sentir nada más que un pánico atroz, ante algo que sé que está a punto de ocurrir. Entonces tú me arrancas la ropa de un tirón, como si quisieras llevarte mi piel con ella, y en ese momento, es la oscuridad del lugar la única que muestra compasión por mí, y me abraza como si pretendiera tapar mi desnudez mientras yo espero en ese estado de incertidumbre.
Las primeras veces no sabía qué iba a ocurrir, después, con el paso de los años mi consciencia estaba siempre alerta y avisaba a mi cuerpo con suficiente antelación como para que se apartara de esa habitación. Con menos de seis años, aprendí a separar el miedo de mi cuerpo, aprendí a no sentir nada en tu presencia. Aprendí que no podías perseguirme en ese otro mundo, al que solo yo podía acceder.
Aprendí a huir de ti, aunque mi cuerpo no pudiera acompañarme en esa huida.