Cerrar los ojos al mundo exterior es un acto similar a oprimir una vieja contraventana, hacia el cristal que será quien le ofrezca silencio.  El crujido de la madera te traslada a otro lugar, permite que puedas alejarte de la realidad, para poder pasear por los corredores de tu propia mente, llenos de oscuridad, vacíos de contenidos que pudieran dar significado a una posible orientación. En el interior de ese lugar eres libre de elegir tu camino, aunque todos ellos estén inundados de una pesada incertidumbre repleta de inseguridades. Aún así, de repente te ves a ti misma mirando hacia el frente, no ves nada porque nada existe, porque todo a tu alrededor almacena el mismo grado de rigurosa  y tenebrosa oscuridad. La mirada tiene aspecto de tranquilidad, o quizás sea resignación, pues no es la primera vez que se enfrenta ante tal tesitura ¿dónde estoy?  ¿hacia dónde puedo ir? ¿en qué lugar de las profundidades abismales de la mente estoy en este momento?

Son preguntas para las que no existe respuesta en ese lugar por el momento. Si decides aventurarte y comenzar a deambular por cualquiera de los enraizados caminos que se abren entre la oscuridad, pronto sentirás como ese camino va desapareciendo, al caminar tus pasos se irán borrando tras de ti.  Es la oscuridad quien te desplaza en el tiempo envolviéndose a tu alrededor, hasta que lentamente consigue arrebatarte hasta la intuición más superficial que puedas sentir…para dejar de existir cerca de Ella.

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