Ella me ha contado durante toda mi vida, una verdad a medias. La verdad de su realidad.
No puedo nombrar el número de veces que me ha descrito, en éste caso, cuando era yo un bebé. Ahora no necesito sus mentiras, las que nunca tampoco le pedí en ningún momento. Era Ella, la que disfrutaba escuchándose a sí misma, lo único que pretendía rememorando esas historias tan extrañas, que ahora vuelves a recuperar desde la distancia, era constatar si algún tipo de recuerdo se había registrado en mi mente. Se quedaba muy tranquila, ya que nunca mostraba ningún mínimo interés, nunca le transmití preocupación o inquietud alguna, por las palabras que pudieran salir de su boca. Eso Ella no lo sabía, puesto que el dolor y el sufrimiento que hubieran podido sentir o expresar mis ojos, jamás supo interpretarlo, y por tanto nunca supo realmente cuáles eran mis verdaderos pensamientos o emociones. Mi mente, sí registró y almacenó recuerdos.
También yo aprendí el arte de la mentira, o a no decir completamente la verdad. Nos movíamos en el mismo terreno, sin plantearnos que las dos podríamos saber lo mismo, la autentica verdad. Con la única diferencia de ser yo la víctima y Ella el verdugo.
Ésta es una transcripción, de sus propias palabras que da sentido al texto anterior, y que nunca podrá decir que no ha contado, o dicho.
“Cuando tú eras un bebé llorabas mucho, seis meses llorando sin parar, incluso llegabas a perder el conocimiento, no sabíamos por qué llorabas tanto. Te dejaba en la cuna cuando Él dormía la siesta, y llorabas sin parar, tanto que incluso te escuchaba desde la calle, Él nunca os ha cogido en brazos ni os ha mecido en la cuna, se dormía tan profundamente que ni te escuchaba llorar. Sólo te calmabas cuando una vecina te acunaba en su casa” ¡Qué dos putas máquinas eran los dos!
Éstos son los recuerdos que registró mi cerebro:
Ella se iba de allí, porque no soportaba que Él, sintiera una atracción sexual más fuerte por un simple bebé, que por Ella misma. Ella había dejado de ser el centro del universo de lo que más amaba, que no era otra cosa, que su putrefacto marido.
No podía dejar de preguntarse ¿Qué podría darle un bebé de cuatro meses, que no pudiera darle Ella?.
…y la maquinaria se pone en marcha, como una gran rueda dentada de acero puro, donde cada diente va encajando en su lugar, para poder arrastrar todo el peso de ésta historia…
Es la imagen mental que el lector debe formar en su mente, para caminar entre las letras de las próximas páginas.
Ella aprendió a fingir que podía quererme, para que Él la viera a Ella, se hizo dependiente de mí. Si yo no estaba, Él no estaba, y por lo tanto Ella tampoco.
Ella hizo realidad sus propias fantasías, comenzó su adoctrinamiento con lo que era más fácil de instruir, Él. Encontró la forma de liberar su odio…