Infringir dolor como tortura para mantener un poderoso silencio, ha sido lo más placentero y satisfactorio para ella.

Pronto advertirás tú, que estás leyendo estas líneas, porque a las diferentes partes de mi ser, le cuesta integrar en un todo a mis hermanos, comprenderás porque aparecen y desaparecen, como columnas de humo virtuales, en estas narraciones, podrás llegar incluso a escuchar, como es el sonido de un ser humano,  cuando lo resquebrajan.

Se necesita algo más que el propio miedo para inmovilizar a una niña, aunque eso no es ningún problema para una madre atenta y cariñosa como lo ha sido siempre la nuestra, ya que ella subsanaba con gran facilidad esas pequeñas incidencias, que en todo momento tenía bajo control.

Por aquella época, yo tenía 6 años, mi hermano tenía 4, mi otra hermana 2, y la pequeña, pues no contaba, por el momento, acababa de nacer.

La recuerdo perfectamente sentada frente a mí, yo en una posición inferior, no solo por mí estatura, sino por estar sentada sobre un gran tronco de madera, que hacía en otras ocasiones de base, para descuartizar pollos mientras aún estaban vivos. Ése era mi asiento, y frente a mí, ella, con esa mirada que te impide levantar la vista del suelo por miedo a que arremeta contra ti; sentada ella sobre una silla de enea, de color dorado refulgente, por el reflejo de las llamas que escapaban de la chimenea. Ella aferra fuertemente uno de mis antebrazos, para ponerlo sobre sus piernas, de modo que la mano queda posada sobre su falda, una posición ideal para  poder envolver la muñeca con una gruesa capa de algodón, que posteriormente envuelve de nuevo con una venda elástica, repitiendo éste mismo proceso una vez más. Con ese extraño apósito alrededor de una de mis muñecas, sin herida a la que proteger, resbala mi brazo de entre sus piernas como un ser inerte, se balancea por el peso de su extremidad, hasta que el otro brazo siente como dos manos se aferran ahora a él, de nuevo todo se vuelve a repetir en el mismo orden, y también éste brazo termina muriendo, cediendo al movimiento.

No entiendo para que está haciendo eso, porque no habla, ella no dice nada, hasta que termina. Lo único que dice, en ese momento es: muévete… y allí estaba esperando él, de una de las vigas de madera colgaban dos cuerdas de esparto trenzado, separadas a una distancia suficiente para atar cada una de ellas a mis muñecas. Ya sé para qué eran las vendas y el algodón, para no dejar marcas, a la vista de cualquier persona; Ya sabían ellos que el dolor no se puede ver.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *