Sólo cuando la sangre emana con absoluta libertad, tú puedes emerger a la superficie de una obsoleta realidad, propia,  una realidad que sólo te pertenece a tí.

Un  frío glacial, precede al intenso ardor que trae consigo los primeros brotes de un rojo palpitante, sonidos metálicos absorben lentamente el resto de sentidos, aquellos que aún permanecen latentes, simulando tener vida. Un gélido frío comienza a soplar a su alrededor, y lentamente se va apropiando de la sangre caliente, los canales que la transporta se enfrían tanto, que podrían romperse en cualquier momento. Mientras tanto, la muerte acecha, en compañía del sueño, como su mejor aliado, cumpliendo funciones de aislamiento eficaz, entre realidad e inconsciencia; si la muerte no llegara a ocupar su lugar esperado y deseado, el adormecimiento se encargaría de restablecer las fisuras, y al despertar, la confusión haría el resto del trabajo.  La verdad podría formar parte de un sueño, y los sueños, ya sabemos que no son reales, sólo existen en el interior más profundo de tú mente. Donde ni siquiera tú tienes permiso para entrar…

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