Aquel verano fue muy diferente a cualquier otro que pudiera haber existido en nuestras vidas. Hasta aquella calurosa noche, fue el último verano que pasamos juntos como lo que éramos para el resto del mundo. Simplemente unos niños que jugaban en la misma calle de su barrio, que corrían y sudaban mientras se perseguían unos a otros. Inventábamos juegos con otros niños, solo para nosotros, para lo que aún podíamos ser. Los niños del barrio.   Eran juegos infantiles e inocentes que por supuesto en apariencia no tenían ningún interés para los adultos. Los adultos preferían quedarse reunidos en pequeños grupos, justo en la puerta que era la entrada de su propia casa, así quedaba distribuida la población del barrio. Pequeños montículos humanos a izquierda y derecha, parloteando y susurrando cuando no deseaban ser escuchados por otros vecinos. El silencio solo se escuchaba cuando las propias conversaciones, se desviaban hacia temas más sustanciales. Niños saltando y corriendo bajo las miradas soslayadas de sus progenitores, que estaban más interesados en sus propios intercambios de palabras, que en el corretear de unos niños, que al fin y al cabo, lo único importante que hacían era concederles tiempo para sus confidencias.

Fue el último verano que pasamos en la casa antigua, antes de que comenzara a ser reformada, justo después de ese verano. – En aquel tiempo ya dijiste que la reforma la ibais a hacer, principalmente para que el niño no estuviese con la niñas. Como si eso fuera un pecado o peor aún una maldición. –Si pudiéramos preguntarle a los vecinos, corroborarían tus palabras, la de aquellos días. -O sea que uno de los principales motivos de la reforma de la casa, era la salvaguarda de la intimidad de tus propios hijos.

–Claro está que por aquel entonces esa historia que tú contabas contoneándose como una pava, era más que creíble, pues nadie sabía o mejor dicho, nadie quería saber que en el interior de tu hogar la intimidad nunca tuvo cabida, para ninguno de tus indeseados hijos. –Aunque es normal en ti, tú tenías que contar una historia acorde con las supuestas necesidades de una familia aparentemente normal, como era la nuestra. –¿O prefieres que diga la tuya?, creo que es más correcto, todos nosotros eramos de tu propiedad.

Teniendo presente que tu principal inquietud era que el niño y la niña mantuvieran su respectiva intimidad separada. -¿Cómo podrías explicarme lo que ocurrió aquel verano?

Te voy a refrescar la memoria, porque estoy segura de que sigues retorciéndote como una rata que acaba de caer en una trampa, y lucha por escapar del hierro que la tiene atrapada. –Ya sé que en tus planes no estaba que yo tuviera opción a recuperar recuerdos. Ya te contaré en otro momento como funciona este tema de los recuerdos, por el momento tú escúchame, como lo haría una rata que sabe que con algo de esfuerzo se podría liberar. –Tienes que fingir que estas muerta, para que nadie venga a darte el golpe de gracia. Es solo un consejo, que he aprendido viviendo contigo.

Aquel misterioso verano, tú realizaste la instalación de un sorprendente artilugio que parecía llevar tiempo en desuso. Decidiste por tu cuenta recuperarlo del lugar en el que había quedado abandonado, si es que eso era cierto, para poner en marcha otro de tus retorcidos planes. Se trataba de una antigua ducha portátil de color azul, y con la alcachofa de color blanco. Creo recordar que era de un material resistente. Como verás mi memoria funciona mejor de lo que tú esperabas.

En aquella época no existía el agua entubada, era un pueblo que aún desconocía, en qué consistían las vías de desarrollo, igual que tú.

Te concediste el placer de instalar ese invento en lo que era el patio de la parte trasera de la casa, un lugar que disponía de unas vigas sobre las que se apoyaban unas pesadas chapas de uralita, que eran las que verdaderamente protegían aquel espacio de los crudos inviernos, en ese mismo lugar, justo en el otro extremo estaba la chimenea. Era un espacio con forma rectangular, pues la estructura de la casa tenía y sigue teniendo forma de embudo. Tú colocaste ese gran invento tuyo en la parte más alejada, quedando de esa forma en paralelo a la chimenea.

Las edades aproximadas de tus hijos en aquel momento eran entre 10 y 11 años tú primogénita, y unos 8 o 9 años tú hijo varón. –Y es que todo lo que tú hacías y continúas haciendo es únicamente para obtener algo exclusivamente para ti.

-Unas edades muy bonitas las de tus hijos, esos niños a los que tanto querías cuando hablabas de ellos en la calle. Solo ahí eran tus hijos.

Tu hijo varón aún conservaba algo de la inocencia propia de los niños, aunque él a su corta edad ya había sido testigo discreto en la continuidad de muchos de tus actos, esos que llevabas a cabo en colaboración con tu esposo y otras personas, esos entretenimientos tan placenteros que tú tenías un día sí, y otro también. Me consta que tú eras plenamente consciente de esas miradas furtivas, sé que lo eras, porque yo también las vi en más de una ocasión. Vi uno ojos congelados por el terror que produce el miedo ejercido en el cuerpo de otra persona. No porque ese niño comprendiera el significado de las imágenes que se clavaban en su retina, no, ni mucho menos. Era el dolor que sufría su hermana lo que le impactaba. Esas imágenes tan atroces,  que procuraba borrar y esconder en algún lugar de su mente, engañándose a sí mismo de que podría mantenerlas ocultas y bajo control, con la intención de que no le hicieran más daño del que ya le habían causado.

Después de tanto esfuerzo, lo atrapó la que podría haber sido una noche cualquiera, de uno de tantos veranos. Se encontró ante una madre cariñosa, que preocupada ante todo por sus hijos, hizo lo siguiente: llamó en primer lugar a su hijo y después a su hija y les dijo en el mismo orden, que fueran a ducharse “juntos” a ducharse con ese artilugio que ya habíamos ido probando de uno en uno, días anteriores para familiarizarnos con él. Era aparentemente agradable y divertido tirar de la cuerdecita, y que pequeños hilos de gotas de agua, resbalaran por la piel sin ninguna mala intención por su parte. Pero aquella noche iba a ser distinta a todas las demás. Los dos fuimos a ducharnos sin ningún otro pensamiento en nuestra mente, simplemente el de querernos como dos hermanos.

-Cuando estuvimos uno frente al otro sin ropa, algo se quebró en nuestro interior. Ninguno habló, no hizo falta, ninguno se movió de su sitio, tampoco hizo falta. Los dos supimos en nuestro interior lo que significaba aquello.

Si de algo estoy orgullosa, es que nunca pudiste conseguir que nos traicionáramos, nunca pudiste conseguir doblegar nuestro instinto, nuestro espíritu, nuestra inocencia. –Lo has roto todo, sí, pero en aquel momento no pudiste destruir el vínculo tan fuerte, que nos mantenía unidos como hermanos. Lo que nos mantuvo vivos y relativamente cuerdos.

Esa unión entre nosotros era lo único que podía dar sentido a nuestro mundo.

-A veces me pregunto, si existirá el día en que pagues de alguna forma, una parte de todo el daño que nos has hecho. Solo una parte, porque sería imposible que llegaras a pagarlo todo.

Sabias tú, grandísima zorra, que los primeros humanos ya evitaban acostarse entre hermanos. Espero que te pudras en el infierno.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *