De poco o nada sirve haber crecido junto a tres hermanos, cuando los recuerdos  de sus propias vidas se niegan a convivir con los tuyos propios, lo que existe de ellos, de mí, de nosotros, son retazos que vagan sin rumbo entre las lagunas de cada una de éstas mentes, lagunas tan profundas y extensas como nuestras propias almas, aterradas por el inexorable paso del tiempo, encargado de limpiar todo rastro de tortura, y sumisión.

Cuando se es niño, la mentira planeada y elaborada, le ofrece vitalidad al chantaje emocional, y a la manipulación perversa, que desemboca en la inquietante certeza, de la llegada inminente del pánico más atroz y terrorífico. El miedo de volver a sentir y experimentar, un nuevo dolor físico. El dolor emocional, a un niño, simplemente lo desconcierta y desorienta, pero el físico, lo paraliza, lo anula, lo fulmina, como pequeño ser humano, en etapa de aprendizaje; aquí lo aniquila.

Ésta fue la causa de que cada uno de éstos personajes, ocuparan no el lugar que les correspondía como derecho concedido por la naturaleza, sino el que ELLA les asignó,  a cada uno de sus cuatro hijos, para poder hacer con cada uno de ellos, lo que en su putrefacta mente ya tenía forma: Impulsos primarios sádicos, de una persona autoritaria, y para nada neurótica. Una neurótica no es capaz de establecer roles, para cada miembro de la unidad familiar, y hacer que estos se vayan adaptando con aparente normalidad, a los diferentes cambios sociales y culturales de cada época, ni adjudicarse su propio estatus social de “buena madre”.

Tenga en cuenta el lector que su trabajo ha durado unos 40 años, ahora en declive para su sorpresa. Ella, ahora es testigo activo de la destrucción de su propia creación, debe de estar planteándose en que falló. Su nuevo estatus social, de mujer con derecho a rehacer su vida, queda lejos de ser creíble para todo aquel que ya la conoce. Un patético esfuerzo, propio sólo de quien se ve descubierta.

 

 

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