Perdida, como un peso muerto que cae derribado por una fuerza, que sin mostrarse violenta ni agresiva, va aniquilando todo a su paso con sumo silencio, tan solo la delata el sonido casi imperceptible de un leve crujido. Esa es la única señal que indica que está a punto de desplomarse, con la única ayuda de la fuerza que le ofrece su propio cuerpo. En un lugar que no ha tenido tiempo de elegir y que ahora se convertirá en su hogar. Un lugar inexpugnable que engulle todo cuanto cae en él con una voracidad insaciable, arrastrándolo velozmente hacia sus entrañas, desde donde se asegurará que su nuevo invitado, no podrá iniciar ningún movimiento que implique la más mínima inquietud que pudiera llegar a interpretarse como un desafío o peor aún, una posible rebelión.
Las paredes parecen estar recubiertas de un material plomizo, que supura humedad y oscuridad en perfecta comunión, recubriendo todo el espacio que se expone a la vista del que ahora es su morador, como un escenario preparado ya para el espectáculo.