Solo un incauto lloraría la ausencia de su propio ser, al saberse separado de él, ya para siempre.
Así llega el momento en que los dientes de leche se ven obligados a desaparecer, para dar paso a los definitivos; aunque la encía que se fue rasgando poco a poco, para permitir la aparición de esos primeros dientecillos, no tiene porque esperar el momento, en que ahora esos dientes comiencen a tambalearse, y como todo proceso natural en la vida, terminen cayéndose, sin producir mayor irritabilidad a la propia encía, y por supuesto trauma alguno al diente que ya viene de camino. Ay! el Ratoncito Pérez, que despistado andaba por aquel tiempo en nuestra maldita casa, que tan sólo recibía visitas por parte de monstruos y lobos feroces, que surgían de las profundidades de un cercano barranco. Quizás por eso no apareció en ningún momento, éste entrañable ratoncillo, porque posiblemente, él mismo tenía miedo de sus congéneres.
Una buena madre como ella afirma ser, ayudaba en este proceso; más bien lo aceleraba cuanto podía.
A ella, le gustaba hacer que te sentaras en una silla, una silla, que parecía hecha a medida de mi propio cuerpo, alguien la construyó, por y para mí. Ésta silla, siempre esperaba pacientemente a recibir a su ocupante, situada bajo la brillante luz, de una bombilla desnuda, colgada del techo; una vez que ella, conseguía que te sentaras en ésa silla, te ataba cada tobillo a las dos patas delanteras de la silla, luego hacia lo mismo con las manos, a la parte trasera de la silla, y finalmente la parte superior del torso, quedaba igualmente inmovilizado; en esa posición, y con la afilada hoja de un gran cuchillo, presionando el lateral de mi cuello, con una fuerza suficiente para sentir que al más mínimo movimiento, podría cortar algo más que la superficie de la piel…él obedecía las instrucciones de ella, situado él a mi derecha, para permitirle a ella un espacio suficiente…
En esta situación de desventaja por mi parte, no era difícil que ella, consiguiera que yo, dócilmente abriera la boca, y además la mantuviera abierta; mientras ella extraía el canino inferior izquierdo, aún agarrado firmemente a la encía, con unas tenacillas para sacar clavos…
La sangre brotaba con cierta violencia, mezclándose con dolorosos ríos de lágrimas que bajaban, como alma que lleva el diablo, raudos y veloces por las mejillas. Esto simplemente había sido una demostración de poder, pues ella, dándome la espalda, mientras guarda sus utensilios, de repente se gira, me mira, y dice. – La próxima vez, que yo te diga lo que tienes que hacer, verás cómo lo haces.
Evidentemente a nadie le resulto extraño que a una niña le faltara un diente, nadie nunca supo que tuvieron que detener la hemorragia con vinagre, nadie se fijo en que el nuevo diente tardó más tiempo en aparecer, nadie se planteó el origen de la malformación en toda la dentición, sólo ella sabía que fuerzas habían producido esas consecuencias. – Hoy ha dejado de ser su secreto.
Tercera Ley de Newton. Ley de acción y reacción.
Si un cuerpo actúa sobre otro con una fuerza (acción), éste reacciona
contra aquél con otra fuerza de igual valor y dirección, pero de sentido contrario (reacción)”.