A su dormitorio que también era el nuestro, se accedía desde el salón, al fondo en la parte derecha del mismo, existía una puerta que daba acceso a dos entradas más. Con un leve giro hacia la izquierda pasabas a la antesala de la muerte, que era una especie de nicho para ratas inmundas, o bien podías subir unas escaleras frontales hasta desembocar en otra gran sala, sin interés en este momento concreto de la historia, por lo que se dejará para más adelante. Regresemos a la cloaca, a ése giro mortal hacia la izquierda, que tiene que realizar todo tú cuerpo, tú mente, y tú alma, para introducirse en su interior.
Una plataforma de aspecto triangular representa la bifurcación entre esas dos entradas, dos de sus vértices se van estrechando en tres segmentos paralelos, acercándose mutuamente, como profundos escalones que descienden hacia una imponente y peligrosa incomprensión.
Una forma geométrica es lo único que transmite algún sentido a ese lugar, una especie de conocimiento que desaparece a medida que posas un pie tras otro, para descender, al unísono de tu mirada, una mirada que baja sincronizada con tus propias y únicas pisadas, gastando un tiempo en el que vas perdiendo la perspectiva que te ofrece la altura, la luz se va extinguiendo al descender de nivel. Has llegado a su guarida, a su mundo, de Ellos.
La levedad de la luz parece flotar sobre tu cabeza, a tu altura no existe la luz. No importa hacia dónde mires, porque no veras nada, los ojos aquí no te sirven para nada, son los sentidos del tacto y el olfato los que alertados por las ordenes del cerebro se ponen en posición de alerta, aunque, es la piel de todo el cuerpo la que se transforma en mirada hacia el exterior. Esas sensaciones corporales te indican hacia dónde debes ir… 4 años no dan para más. Aunque sí lo suficiente para tener una imagen mental exacta de ese lugar.
Una habitación por asignarle un nombre humano, en forma rectangular que daba comienzo con un armario de tres puertas, en tono marrón, con aspecto de ataúd en posición vertical, a su lado, y para romper con la muerte, una cuna de madera, pintada de color azul; seguida por una mesita de noche de largas patas, con dos pequeños cajones incrustados en su interior y por fin, la cama matrimonial, terminando con otra mesita de noche y un pequeño muro adherido a la pared.
Una exigua ventana se alzaba entre la cuna y la mesita de noche; frente a los pies de la cama, el hueco vacío de las escaleras por las que podrías haber subido, un lugar donde sólo un muerto querría vivir. Unos pasos más adelante en posición invertida al cabecero de la cama matrimonial, había una pequeña cama de forja, de color azul, frente a ella una pequeña ventana en forma rectangular, y bajo la propia ventana, un aparador a juego con el resto del dormitorio. También tenían alfombras en tonos rojos y blancos, a ambos lados de su cama, incluso un juego de porcelana blanco, ornamentado con florecillas en tonos rojos y dorados, que estaba siempre posado sobre su amado aparador; y una lámpara con base cuadra de mármol gris y tulipa en tono amarillo oscuro, que desprendía una luz del mismo amarillento, colocada en la segunda mesita de noche, el techo estaba desnudo, tan solo con una bombilla. Era la parte más cuidada de la casa, parece ser que los detalles estaban aquí seleccionados, como si fuese un santuario. Nada faltaba ni sobraba.
Sólo había una lámpara, colocada en el lado de la cama, en el que siempre dormía Él.