Hay personas que son incapaces de encontrar la gloria por sí mismas. Aunque sostienen con gran fervor la esperanza de llegar a poseerla, y es ahí en el interior de esa pasión, donde esa alimaña que finge ser madre, haya su propia incapacidad para alcanzar las alturas, donde se encuentra la grandeza que tanto anhela. Una supremacía, un poder absoluto y aberrante sobre la libertad de los demás. Verdadera dueña de su sabia y sucia consciencia, conspira consigo misma, en busca de encuentros que propicien pactos favorables. Reuniones furtivas quedan selladas para la eternidad, por alianzas de silencios maquiavélicos.
Lo que tú has visto, no ha sucedido nunca.
Lo que yo diga, nunca será cuestionado.
Lo que yo he unido, que nadie lo separé nunca.
Esos eran los expresos y preceptos deseos de Ella, de una madre altamente tóxica y contaminante para el medio en el que se encontraba viviendo, a plenitud del día, bajo una luz que para nada le pertenecía, pero de la que lamentablemente se había apoderado, con la única intención de hacerse ver ante su propio mundo, como una madre aparentemente normal. Aparentar una realidad que no existía, esconder su verdad a plena luz, eran actos que le facilitaba la vida, su vida, la de Ella. Pues Ella sabía que sus carencias eran las necesidades de otros.
Su gloria, es la que Ella arañó y sustrajo de la superficie del alma de quien más cerca tenía. Un ser incapaz de imponer una fuerza que no poseía, un ser carente de voz propia, porque Ella la había despojado de tal sentido. Su propia hija. Un ser vulnerable, y sobre todo cercano, fácil de manejar y controlar. Algo de su exclusiva propiedad, algo con lo que poder llegar a alcanzar la plenitud de su propia gloria.
Vivir en primera persona, y sentir a través de la contemplación, el sufrimiento de un ser desvalido e indefenso, es la gratitud y la recompensa, a todo el esfuerzo llevado a cabo, para alcanzar lo que más deseo en su vida. Su gloria.