La silueta adquiere nitidez, está colocada a la izquierda de tu campo de visión; está sentada en una silla baja de nea, no se aprecia exactamente su vestimenta pero es de color oscuro, y sobre ella cae un delantal de color azul que protege al resto de su ropa, de suciedad no deseada; el delantal es más largo que la falda que Ella lleva, de un tejido más rígido pero doblegado por el uso, de forma que parecía acoplarse muy bien a su dueña, tanto que no podrías distinguirse la ausencia de alguno de ellos sin saltar una alarma nefasta. Es una mala señal cuando la ves quitárselo libremente, pero más preocupante aún es cuando sientes como lo busca con desesperación y se lo anuda con feroz violencia a la espalda. Es la misma sensación que pueda sentir cualquier inocente, sentenciado a muerte, sin saber qué lo ha llevado a esa situación tan real.

No puedes saber si esa imagen que está colocada a tú izquierda, es la que se acerca hacia ti, o eres tú, quien tiene el deber de acercarse, como si una fuerza invisible te succionara; y a pesar de que aún no estás preparada para mirar de cerca, la ves perfectamente, Ella está haciendo un gesto similar al de lavarse las manos suavemente, pero lo que está haciendo realmente, es untarse y repartir la sangre que baña sus manos; está acariciando una de sus palmas sobre la dorsal de la otra, son movimientos suaves, sucesivos, las puedes ver como van girando una sobra la otra, con aparente delicadeza la sangre se va fijando a sus manos, adquiriendo ésta un aspecto siniestro, sobre un rostro que de repente levanta la mirada para fijarse en ti, es tú sangre la que ella tiene entre sus manos.

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