Esto es una escena cotidiana en el transcurso de una vida familiar, marcada por el incesto, las torturas físicas y los actos de crueldad más absolutos que pueda llevar a cabo una madre de estas dimensiones.
La narración por más atroz que puede llegar a parecer, es totalmente real.
En ésta historia, se ubican cuatro individuos de edades comprendidas entre los ochos, seis, cuatro y dos años.
Para poder llegar a encontrarle algún sentido, hay que retroceder en el tiempo.
Estamos en la época de la matanza del cerdo, ésta buena madre no necesitaba despertar a ninguno de los cuatro individuos, ya que ninguno podía dormir durante esas largas noches. Así pues en cuanto el sol despuntaba, los cuatro niños debían de estar levantados y preparados para contemplar todo el proceso que se llevaba a cabo; desde la captura de los cerdos uno a uno dentro de su reducido cubículo. Todo daba comienzo con esos espantosos gruñidos previos a la captura y todo se sucedía ante sus miradas cristalinas. Veían como el animal era tumbado y maniatado en un gran banco; como un gigantesco cuchillo se clavaba en lo más profundo de su carne; como escuchaban que no podía respirar mientras brotaba la sangre de su garganta hacia un gran barreño; donde unas manos la hacían girar; como su cuerpo inerte era desollado con agua hirviendo; y finalmente como era abierto en canal. Ahí terminaba la función para esos cuatro individuos, aunque nada de lo que cada uno de ellos acababa de ver, formaba parte de una tradición cultural del momento . Lo que habían visto, simplemente era una lección a corto plazo, que debía fijarse no en su retina; sino en sus bocas. Sus labios estarían sellados para siempre por el miedo. El miedo de ver a alguno de esos cuatro individuos en el lugar que ocupa el cerdo. Allí nadie hablaba no se decía nada, pero cada uno almacenaba en su interior su propia ración de pánico, su porción de terror, de inquietud, de sufrimiento por lo que pudiera llegarle a ocurrir a alguno de ellos. Porque desde luego los cuatro individuos sabían que eso era una advertencia; por tanto, no había necesidad de que existieran palabras como testimonio de ésas imágenes.
Y ahora esa misma historia se enlaza con otra imagen, del mismo tiempo. Estamos en el interior de su casa.
La casa se divide en planta baja y alta. La escena sucede en la gran sala que forma la parte alta de la casa, justo al lado de una diminuta ventana esta tumbado sobre el suelo rojo, el cuerpo de una niña de ocho años. Tiene las manos atadas a la espalda, con lo cual el torso está inclinado hacia arriba, los tobillos también están juntos, muy apretados, el cuello parece estar rodeado por algo, que hace que tenga que estirarlo hacia atrás, y alrededor del tronco también se aprecia rebordes de piel, como si algo lo estuviese apretando fuertemente. El cuerpo no está recto, esta ladeado, como si no pudiera soportar su propio peso. En el suelo, cerca del hueco que ha dejado el cuerpo al estar ligeramente inclinado, hay unas alfacas, las mismas que se usan en la matanza, están colocadas en orden de mayor a menor, rozando ésta última la espalda del cuerpo que esta tumbado.
En aquella época, el suelo sobre el que estaba depositado el cuerpo de la niña de ocho años, se pintaba con una arcilla roja diluida en agua. Ella, la gran anfitriona había preparado una cantidad apropiada de esa mezcla, y la había untado con sus propias manos sobre el cuello, los tobillos y el abdomen. Ése líquido rojizo parecido a la sangre se resbala por la piel y va dejando libre las zonas que están atadas. Los rebordes de piel se manchan de rojo, y lo que le da aspecto de reborde simplemente es un alambre de un determinado grosor. Suficiente para no cortar la piel y que haga la presión necesaria sobre la misma. El liquido rojo no se queda sobre el alambre teñido de manchas marrones por el oxido, dando la impresión de que el cuerpo está descuartizado. El alambre rodea completamente el cuello, el abdomen y los tobillos.
Mientras el cuerpo de ocho años, se va entumeciendo por el frío, adquiriendo un color blanquecino que se funde con lo que podría parecer sangre…
Otra individua de dos años aparece en escena. Le colocan muchas vueltas del mismo alambre sobre la pequeña cintura, con espacios entre las vueltas y un gran clavo cierra esa extraña envoltura de crisálida a la altura del ombligo de forma vertical, impidiendo el movimiento por la presión que ejerce sobre una de las piernas. Como si fuese un chorizo la cuelgan de otro gran clavo, al final de la viga del techo. Hay que tener en cuenta, que las vigas del techo tenían forma de buhardilla.
Con ésta apoteósica escena ya montada entre ambos. Solo falta el colofón.
Ella llama a voces a la que es la tercera invitada. Esta individua tiene cuatro años, se acerca muy despacio, tiene puesto un vestido de florecitas marrones con unos lazos dobles sobre los hombros. Cuando sus piececitos están casi rozando el cuerpo de su hermana de ocho años, y su mirada se desplaza hacia una pequeña altura, sobre la que está colgada su otra hermana de dos años, Ella la coge por el cuello y le dice: -¿Quieres que te pase a ti lo mismo?. La niña de cuatro años es incapaz de responder, sus ojos se han abierto tanto que es lo único que hay en su cara. Parece paralizada, y entonces Ella hunde sus cinco dedos en el cuello de la niña y le vuelve a hacer la misma pregunta: -¿Quieres que te pase a ti lo mismo?. Ella no consigue escuchar ninguna respuesta de su boca, y tras un tiempo de espera le vuelve a apretar más en el cuello y de nuevo se dirige a la niña y le dice: -Mueve la cabeza si te estás enterando de lo que te estoy diciendo. La niña de cuatro años mueve un poco la cabeza hacia abajo, porque la mano de Ella bloquea cualquier otro tipo de movimiento. Entonces Ella la suelta y le dice: -Así me gusta. Vete de aquí.
A ésta niña nunca se le ocurrió desobedecer a su madre. Aprendió muy bien la lección.
Algo así no se puede olvidar, aunque no recuerdes el porqué, jamás dirás nada de lo que veas. Esa es la lección.