Ella, es simplemente en este y otros muchos relatos, la parte intelectual; él es la parte inferior y subyugada en todo momento, a los antojos y caprichos de Ella, siempre es él la figura insignificante que ejecuta y lleva a cabo una acción determinada, independientemente de que pudiera llegar a sentir arrepentimiento o incluso remordimiento.

Y de este modo está él rebuscando algo, en el huerto sin cultivar que hay justo enfrente de casa; en ese trozo de tierra yerma en la que por aquel entonces  solo crecían algunos aramagos, cañas, chumberas y otra planta muy especial, cuyo nombre científico es: Xanthium Spinosum, más conocidos en aquella zona con el nombre de “cardillos”. Cuando está planta estaba en fructificación presentaba unas grandes púas, finas y alargas; pues eso era lo que estaba recolectando él allí en ese lugar. Yo le estaba mirando, sin saber aún que estaba haciendo allí, medio agachado, desplazándose de un lado a otro, manteniendo la misma posición, hasta que concluyo su labor y me llamó. Me hizo una pregunta; creo que esta fue la única vez que he hablado con él, nunca jamás volvimos a mantener ningún tipo de conversación. –Me preguntó si quería jugar.  Yo tenía por aquel entonces 6 años, recuerdo que no le conteste, porque supuse que no era necesaria mi respuesta; simplemente encogí los hombros. Igualmente él tampoco espero ninguna respuesta y me dijo que le acercara una mano, a la que él le dio la vuelta de forma que la palma se quedó mirándolo a él; entonces fue clavando esas especie de agujas, que le había quitado a esos arbustos para insertarlas entre la piel de los dedos, después en las yemas de los dedos; iba cogiendo pequeños pliegues de piel de toda la superficie de la palma y clavaba una de esas agujas, que justo en el momento en que atravesaban la piel no producía ningún dolor, era después al quitarlas cuando un intenso escozor se expandía incluso hasta llegar a los hombros, había tantas agujas en ambas manos, que al final el dolor llegaba a recorrer casi todo el cuerpo. Esas heridas no producían sangre y las diminutas inserciones se cerraban rápidamente, aunque más tarde aparecían unas pequeñas protuberancias, que se quedaron allí ya para siempre . Durante ese verano esa misma historia se repitió muchas más veces, hasta terminar clavando esas agujas entre las uñas. Mientras lo hacía estando Ella  presente, decía: es bueno que aprendas a soportar el dolor…

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *